Edición 27/02

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«Describe tu aldea y serás universal», decía Tolstoi. ¿Y por qué no intentar el ejercicio contrario?

Cambiar el modelo para salvarlo


Por TIMOTHY GARTON ASH (Clarín)

Qué semana. Mientras Reino Unido vive uno de los mayores dramas políticos de su historia desde la guerra, el continente se ve sacudido por una crisis histórica de la Eurozona. En Bruselas, donde me encuentro, paso sin cesar de uno a otro asunto como intentando ver dos emocionantes finales de Wimbledon al tiempo.

Son partidos distintos, pero tienen mucho en común. Está en juego, tanto en la isla como en el continente, el futuro de toda una forma de organizar la economía y la sociedad -lo que a veces se llama el «modelo social europeo»-, que combina el juego libre de los mercados con un nivel elevado de gasto público, seguridad social, calidad de vida (vacaciones, permisos de enfermedad y maternidad, jubilación a una edad temprana) y, por desgracia, una deuda inmensa. Está en juego también la forma de organizar la propia Europa: ese «proyecto europeo» de posguerra del que, nos guste o no, forma parte Reino Unido.

En la mañana del lunes oí a dos de los presidentes de Europa, José Manuel Barroso de la Comisión Europea y Herman van Rompuy del Consejo Europeo, presentar en tono triunfador el paquete de medidas «decisivas y aplastantes» para salvar la Eurozona. «Cualquier intento de poner en peligro la estabilidad del euro fracasará», dijo Barroso. Veremos. Si yo fuera operador, todavía no estaría convencido. Para salir adelante, este acuerdo necesita tres cosas: que Grecia haga unas reformas estructurales profundas y dolorosas, que Alemania esté dispuesta a dar parte de los gastos y que toda la Eurozona acepte tener una coordinación fiscal estrecha y mayor gobernanza económica. Y esas tres cosas no están nada seguras.

Van Rompuy nos dijo que la sociedad griega debe cambiar. Nada fácil. Aparte de que, en el caso improbable de que los griegos de pronto empiecen a ahorrar, trabajar y exportar como los alemanes, esa sigue sin ser la solución. Si todos se comportaran como alemanes, ¿quién compraría sus exportaciones? Así que los alemanes tienen que empezar a gastar más; a comportarse como griegos, por así decir. Y eso tampoco es fácil.

Así, pues, ahora se plantean dos preguntas. La primera es si la Eurozona puede alcanzar un mínimo de disciplina fiscal y «gobernanza económica» comunes antes de que los mercados vuelvan a querer saciar su sed de sangre y Grecia acabe declarándose en bancarrota o «reestructurando su deuda».

La segunda gran pregunta es si los Estados de Bienestar europeos cargados de deudas y déficits -no sólo Grecia, Italia, Portugal y España, sino también Reino Unido- van a poder rescatar sus finanzas públicas y reformar sus economías sociales de mercado. Para salvar ese modelo, debemos cambiarlo. El viejo vehículo oxidado que consume litros de nafta debe transformarse en un coche nuevo, un híbrido más ajustado, más barato y más verde.

«Europa es Detroit», dijo el otro día aquí un empresario. Desde Grecia hasta Reino Unido afrontamos una dolorosa transformación de nuestra forma de vivir y trabajar. Los eslóganes, como el vago «gran sociedad» de los conservadores británicos al torpe «no a la desolidarización» de los socialdemócratas alemanes, no van a servir de nada. En la nueva política inevitable de la austeridad, lo importante es saber si va a ser sólo una austeridad destructiva o una austeridad creativa.

Es un reto colectivo de la Eurozona -del que Reino Unido no puede permanecer totalmente apartada-, pero también un reto individual para cada país europeo. Reino Unido está en esta línea de salida europea, con una camiseta de rayas azules y naranjas a la que no está acostumbrada, al lado de España, Grecia, Alemania y Francia. Preparados, listos, ya.

Publicado en el diario Clarín de Argentina.

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